Este domingo tuve que asistir a otra misa de Primera Comunión. Esta vez se celebró en una parroquia cuyo rector está relacionado con un importante movimiento eclesial con fama de conservador. Como en el caso anterior, el templo está impecable. Bien pintado, limpio, ordenado, con flores en el altar y alfombra roja en el pasillo central.
Como en el caso anterior, al Santísimo está en el centro del ábside del altar mayor. Quizá también porque, al tratarse de un templo de planta rectangular, carece de espacio para capilla lateral. A ambos lados del Santísimo, dos grandes velas blancas encendidas. Encima, una imagen de la Virgen con el Niño. A la derecha, un cuadro del fundador. A la izquierda, una figura de San José con el Niño.
Ante la puerta de entrada, un grupo de fieles. Ellas, vestidas con elegancia y, para los tiempos que corren, de forma bastante modesta. Ellos, con traje y corbata. Los fumadores se mantienen a una cierta distancia. Las conversaciones cesan a la entrada. Unos minutos antes de la misa, la iglesia está llena a rebosar. El aire acondicionado está a tope. Las mujeres se cubren con pañuelos, toreras, chaquetillas, y hasta con la americana del marido.
Alguien quiere sacar una fotos, pero su pareja le amonesta: "Está prohibido sacar fotos dentro". El aludido, no sin protestar, guarda la cámara. Algunos fieles están rezando en silencio. Veo las lámparas del Santísimo. No he hecho la genuflexión al entrar. La hago y me pongo a rezar de rodillas.
Entra la sacristana. Pasa delante del altar y del Santísimo, una y otra vez. No la miro, pero como estoy en los primeros bancos, veo su sombra. Va de un lado a otro incesantemente. Ni una genuflexión. Sale un sacerdote jóven con clergyman. Prepara las lecturas y los ornamentos. También pasa delante del Santísimo, una y otra vez. Pero tampoco hace ni una sola genuflexión. Las velas del Santísimo siguen encendidas.
Empieza la misa. Las lecturas son proclamadas por mujeres. El ofertorio es realizado por los papás de los niños que van a comulgar. El sermón es candoroso pero exacto. Oración y amor, esfuerzo y entrega, pecado y confesión. El coro canta piezas de Schubert y Bach. La mayoría de los fieles sigue la liturgia y se arrodilla en la Consagración. Los niños comulgan de rodillas en la boca. A pesar del gentío, y de haber un solo sacerdote, no hay ministros extraordinarios de la Eucaristía. Aunque hay reclinatorios para comulgar de rodillas, no queda espacio material para colocarlos. Entendiendo la situación, haciendo una genuflexión, comulgo de pie en la boca.
A punto de acabar la misa, nadie ha hecho una genuflexión ante el Santísimo. Ni siquiera el sacerdote. Ni una sola. Haciendo la acción de gracias, me doy cuenta de que es posible que esté vacío. Es posible que alguien, equivocadamente, con las prisas del día, haya encendido las lámparas. Eso lo explicaría todo. Me consuelo pensando que los días de diario allí se podrá comulgar de rodillas en la boca. En ese momento, se le acaban las formas al sacerdote. Se dirige al Santísimo, hace una genuflexión, lo abre, saca las formas y termina de dar la Comunión a los fieles. Se me cae el mundo a los pies.
Al terminar de dar la Comunión, el sacerdote regresa al Sagrario, lo abre, guarda las Formas y hace otra genuflexión. Mientras lo hace, sólo yo permanezco de rodillas. Una persona se pone de pie. Llega la bendición final y el "Podéis ir en paz". Al salir, el sacerdote hace otra genuflexión ante el Santísimo. Los fieles salen ordenadamente. Pero nadie hace ninguna genuflexión.
Mientras los fumadores y las conversaciones se alejan de la puerta, noto la boca seca y me zumban los oídos. Ha sido otra misa de Primera Comunión.
Como en el caso anterior, al Santísimo está en el centro del ábside del altar mayor. Quizá también porque, al tratarse de un templo de planta rectangular, carece de espacio para capilla lateral. A ambos lados del Santísimo, dos grandes velas blancas encendidas. Encima, una imagen de la Virgen con el Niño. A la derecha, un cuadro del fundador. A la izquierda, una figura de San José con el Niño.
Ante la puerta de entrada, un grupo de fieles. Ellas, vestidas con elegancia y, para los tiempos que corren, de forma bastante modesta. Ellos, con traje y corbata. Los fumadores se mantienen a una cierta distancia. Las conversaciones cesan a la entrada. Unos minutos antes de la misa, la iglesia está llena a rebosar. El aire acondicionado está a tope. Las mujeres se cubren con pañuelos, toreras, chaquetillas, y hasta con la americana del marido.
Alguien quiere sacar una fotos, pero su pareja le amonesta: "Está prohibido sacar fotos dentro". El aludido, no sin protestar, guarda la cámara. Algunos fieles están rezando en silencio. Veo las lámparas del Santísimo. No he hecho la genuflexión al entrar. La hago y me pongo a rezar de rodillas.
Entra la sacristana. Pasa delante del altar y del Santísimo, una y otra vez. No la miro, pero como estoy en los primeros bancos, veo su sombra. Va de un lado a otro incesantemente. Ni una genuflexión. Sale un sacerdote jóven con clergyman. Prepara las lecturas y los ornamentos. También pasa delante del Santísimo, una y otra vez. Pero tampoco hace ni una sola genuflexión. Las velas del Santísimo siguen encendidas.
Empieza la misa. Las lecturas son proclamadas por mujeres. El ofertorio es realizado por los papás de los niños que van a comulgar. El sermón es candoroso pero exacto. Oración y amor, esfuerzo y entrega, pecado y confesión. El coro canta piezas de Schubert y Bach. La mayoría de los fieles sigue la liturgia y se arrodilla en la Consagración. Los niños comulgan de rodillas en la boca. A pesar del gentío, y de haber un solo sacerdote, no hay ministros extraordinarios de la Eucaristía. Aunque hay reclinatorios para comulgar de rodillas, no queda espacio material para colocarlos. Entendiendo la situación, haciendo una genuflexión, comulgo de pie en la boca.
A punto de acabar la misa, nadie ha hecho una genuflexión ante el Santísimo. Ni siquiera el sacerdote. Ni una sola. Haciendo la acción de gracias, me doy cuenta de que es posible que esté vacío. Es posible que alguien, equivocadamente, con las prisas del día, haya encendido las lámparas. Eso lo explicaría todo. Me consuelo pensando que los días de diario allí se podrá comulgar de rodillas en la boca. En ese momento, se le acaban las formas al sacerdote. Se dirige al Santísimo, hace una genuflexión, lo abre, saca las formas y termina de dar la Comunión a los fieles. Se me cae el mundo a los pies.
Al terminar de dar la Comunión, el sacerdote regresa al Sagrario, lo abre, guarda las Formas y hace otra genuflexión. Mientras lo hace, sólo yo permanezco de rodillas. Una persona se pone de pie. Llega la bendición final y el "Podéis ir en paz". Al salir, el sacerdote hace otra genuflexión ante el Santísimo. Los fieles salen ordenadamente. Pero nadie hace ninguna genuflexión.
Mientras los fumadores y las conversaciones se alejan de la puerta, noto la boca seca y me zumban los oídos. Ha sido otra misa de Primera Comunión.
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