El domingo fui a una misa de Primera Comunión. Se celebró en la iglesia parroquial de un pueblo que vive de la confección, distribución y comercialización de trajes de primera comunión y vestidos de novia. El edificio, impecable. El templo, también. Bien pintado, limpio, ordenado, con flores en el altar y alfombra roja en el pasillo central.
El Santísimo estaba en el centro del ábside del altar mayor. Quizá porque, al tratarse de un templo de planta rectangular, carecía de espacio material para capilla lateral. Las imagenes de las catorce estaciones del vía crucis sólo estaban interrumpidas por un crucifijo de madera a un lado y una talla de la Virgen, de la advocación local, al otro. Ambas, de tamaño natural.
Ante la puerta de entrada, un abigarrado grupo de fieles. Ellas, embutidas dentro de trajes coloridos e inmodestos. Ellos, con traje pero descamisados y sin corbata. Todos, parapetados detrás de sus respectivas gafas de sol. A un lado, en un banco, un joven encendía un porro de un par de papeles. Un poco más adelante, una pareja se hacían confidencias cogiéndose de la mano. Los dos vestidos con trajes de seda gris y corbata. El más alto, con perilla y el traje de color oscuro. Su pareja, con traje de color claro y la parte superior del pelo, como medio casco, de color verdeazulado.
En el baptisterio, media docena de niñas analizaban, comentaban y se atusaban los pliegues de sus vestidos y los de sus compañeras sin dejar de saludar a familiares, vecinos, amigos y conocidos conforme iban llegando. Los cinco niños, sin saber muy bien qué hacer, desconcertados por el apabullante bullicio femenino, se limitaban a proteger sus trajecitos de almirante del continuo ir y venir de sus compañeras.
Canto inicial, guitarras, bongos, panderetas, lalalá. Saludo de los pastores a los fieles. Meditación y plegaria. Perdónanos, Señor, guitarras, bongos, panderetas y más lalalá. Lecturas proclamadas por lectores "captados" cinco minutos antes de la misa, con resultados previsibles. Sermón: hola niños, hoy es un gran día, qué felices todos, Dios es muy bueno, sed vosotros también buenos, y no dejéis de venir por aquí. Ofrenda con procesión de los niños que van a comulgar, y consagración. Los fieles se dividen en dos grupos: los que se quedan de pie, y los que se sientan durante la consagración. Aparte de algún padre de los niños de Primera Comunión, soy el único hombre que sigue el ritual.
Empieza la comunión. Los cantos, con más lalalá, logran disimular el barullo de gente saludándose, hablando, y quedando para el convite. Diez minutos antes de empezar la misa, un tercio de los bancos estaban ocupados. Diez minutos después de haber comenzado, había gente de pie. Diez minutos más tarde, empezaron a abrirse claros en los bancos. De los que quedan, principalmente mujeres, casi todos van a comulgar. A pesar de cerrar los ojos, no puedo evitar oír el frufrú de medias acompañado del taconeo de las comulgantes al salirse de la alfombra central. Lo suyo no es inmodestia, es falta de sentido común. Desde la niña que empieza a despuntar hasta la mamá que despuntó hace décadas, todas parecen haber llegado a un democrático consenso: la falda no puede rebasar el primer tercio del fémur. Y los tacones tienen que ser igual o superiores a 10 centímetros. Como no había dónde arrodillarse para comulgar, no he comulgado.
Ahora les toca a los niños leer unas palabras. Al subir al ambón derecho, tienen el sagrario ligeramente a su izquierda. Al lado del sagrario está uno de los dos sacerdotes. Todos y cada uno realizan un gesto con la cabeza dirigido al sacerdote. Después, todos juntos recitan de memoria una poesía de hondo contenido social. Lo fieles, siguiendo el ejemplo de sus pastores, aplauden con entusiasmo. Se realiza la entrega de los recordatorios a los niños. Luego llega la sesión fotográfica.
Poco a poco, el templo se va vaciando, mientras me quedo esperando un "Podéis ir en paz" que nunca llegará. Al salir del templo, algunos coches se han ido ya, cada uno al lugar de la celebración de turno.
El Santísimo estaba en el centro del ábside del altar mayor. Quizá porque, al tratarse de un templo de planta rectangular, carecía de espacio material para capilla lateral. Las imagenes de las catorce estaciones del vía crucis sólo estaban interrumpidas por un crucifijo de madera a un lado y una talla de la Virgen, de la advocación local, al otro. Ambas, de tamaño natural.
Ante la puerta de entrada, un abigarrado grupo de fieles. Ellas, embutidas dentro de trajes coloridos e inmodestos. Ellos, con traje pero descamisados y sin corbata. Todos, parapetados detrás de sus respectivas gafas de sol. A un lado, en un banco, un joven encendía un porro de un par de papeles. Un poco más adelante, una pareja se hacían confidencias cogiéndose de la mano. Los dos vestidos con trajes de seda gris y corbata. El más alto, con perilla y el traje de color oscuro. Su pareja, con traje de color claro y la parte superior del pelo, como medio casco, de color verdeazulado.
En el baptisterio, media docena de niñas analizaban, comentaban y se atusaban los pliegues de sus vestidos y los de sus compañeras sin dejar de saludar a familiares, vecinos, amigos y conocidos conforme iban llegando. Los cinco niños, sin saber muy bien qué hacer, desconcertados por el apabullante bullicio femenino, se limitaban a proteger sus trajecitos de almirante del continuo ir y venir de sus compañeras.
Canto inicial, guitarras, bongos, panderetas, lalalá. Saludo de los pastores a los fieles. Meditación y plegaria. Perdónanos, Señor, guitarras, bongos, panderetas y más lalalá. Lecturas proclamadas por lectores "captados" cinco minutos antes de la misa, con resultados previsibles. Sermón: hola niños, hoy es un gran día, qué felices todos, Dios es muy bueno, sed vosotros también buenos, y no dejéis de venir por aquí. Ofrenda con procesión de los niños que van a comulgar, y consagración. Los fieles se dividen en dos grupos: los que se quedan de pie, y los que se sientan durante la consagración. Aparte de algún padre de los niños de Primera Comunión, soy el único hombre que sigue el ritual.
Empieza la comunión. Los cantos, con más lalalá, logran disimular el barullo de gente saludándose, hablando, y quedando para el convite. Diez minutos antes de empezar la misa, un tercio de los bancos estaban ocupados. Diez minutos después de haber comenzado, había gente de pie. Diez minutos más tarde, empezaron a abrirse claros en los bancos. De los que quedan, principalmente mujeres, casi todos van a comulgar. A pesar de cerrar los ojos, no puedo evitar oír el frufrú de medias acompañado del taconeo de las comulgantes al salirse de la alfombra central. Lo suyo no es inmodestia, es falta de sentido común. Desde la niña que empieza a despuntar hasta la mamá que despuntó hace décadas, todas parecen haber llegado a un democrático consenso: la falda no puede rebasar el primer tercio del fémur. Y los tacones tienen que ser igual o superiores a 10 centímetros. Como no había dónde arrodillarse para comulgar, no he comulgado.
Ahora les toca a los niños leer unas palabras. Al subir al ambón derecho, tienen el sagrario ligeramente a su izquierda. Al lado del sagrario está uno de los dos sacerdotes. Todos y cada uno realizan un gesto con la cabeza dirigido al sacerdote. Después, todos juntos recitan de memoria una poesía de hondo contenido social. Lo fieles, siguiendo el ejemplo de sus pastores, aplauden con entusiasmo. Se realiza la entrega de los recordatorios a los niños. Luego llega la sesión fotográfica.
Poco a poco, el templo se va vaciando, mientras me quedo esperando un "Podéis ir en paz" que nunca llegará. Al salir del templo, algunos coches se han ido ya, cada uno al lugar de la celebración de turno.
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